29 jul 2011

La luna también puede ser una sonrisa torcida.

Solté rápidamente mi arnés al ver que se abrían las puertas del coche y Alma y Gunnar bajaban de este. Las manos me temblaban, pero no de miedo. La curiosidad siempre había sido algo muy latente en mi persona. Me moría por adentrarme en esa espesa oscuridad y saber que se escondía detrás de ella. 
Con un par de chasquidos, por fin pude soltarme de aquel maldito cinturón doble y bajé rápidamente. Para mi sorpresa, la tierra estaba fangosa, así que mi pie se hundió de lleno en el suelo. Odiaba mancharme los zapatos. Odiaba muchas cosas. 

Inmediatamente después de poner el segundo pie en tierra firme, unas trompetas empezaron a sonar y me sobresalté. Identifiqué rápidamente la melodía. Tocatta y Fugue, de Johann Sebastian Bach. El sonido venía de todas partes. De entre los árboles que se mecían lentamente a merced del viento, de el cielo tan oscuro y espeso que parecía cernirse sobre mí en cualquier momento... Del coche que había detrás de mí. Esa preciosa melodía me envolvía cada vez más y yo nada más quería identificarla, pero no podía. Mi corazón aleteaba frenéticamente contra mi pecho y mis músculos se tensaron. ¿Cuántas veces un concepto carente de culpabilidad había dado paso a la más grande de las masacres? Incontables, demasiadas y esta no podría ser una menos. 



Conforme la melodía avanzaba, no se producía ningún cambio. Alma y Gunnar estaban de pie, en la misma posición. Sus manos yacían entrelazadas a su espalda y el mentón alzado. Mirando a la nada. Firmes. Mientras me hundía en el barro, decidí dar un paso, vacilante. La melodía iba llegando a su fin. A lo lejos, al horizonte, un castillo se alzaba imperioso e imponente. Tétrico y oscuro. La música paró. Mis ojos iban a enloquecer tratando de escudriñar hasta el más breve rincón de la oscuridad y entonces, fue cuando atisbé algo en movimiento. Rojo. 

Me puse firme, pero era una posición que distaba mucho de las de Alma y Gunnar. Era una pose de defensa. Mis colmillos amenazaron con salir y notaba como mis pupilas se estrechaban. Pero todo eso dio paso a unas faldas rojas que se movían elegantemente. Empezó a descubrirse desde abajo. Llevaba unos zapatos pulcros, que andaban sobre una alfombra de color cobre. Habría jurado que ese suelo era mucho más firme que el mío, que casi había cubierto mis deportivas con la mezcla de agua de lluvia y tierra, a parte de otros desconocidos restos de la naturaleza. Lo siguiente que descubrí, fue la falda. Roja y enorme, de la época victoriana, supuse. Después pude llegar a descubrir un apretado corsé de color rojo y negro. Clásico y típico, pero atrevido para la época. Seguidamente, todo se descubrió al instante. De repente. 



Una mujer apareció de las sombras flanqueada por un hombre aparentemente y un... ¿Qué demonios era eso? Se parecía a un hombre, pero tenía... ¿Cuernos? El pelo lacio y largo le caía sobre la espalda y unas pequeñas alas —nada bonitas— asomaban detrás de su espalda. Parecía un mezcla de cabra, con murciélago y hombre. Me dedicó una torcida sonrisa y aparté la vista hacia la mujer del centro. Se alzaba en mitad de los hombres, imperiosa. Tal y como el castillo lo hacía a sus espaldas, entre la oscuridad. Sus uñas, de color rojo eran largas y estaban perfectamente cuidadas. Como garras. Su expresión era pérfida e inescrutable. Severa y hermosa a la vez. Sus labios, formaban casi la silueta de un corazón, de un color rojo, también. Sus ojos eran claros, casi iguales a los míos, pero los suyos tenían una expresión de frialdad, de ira y de maldad. Tenía una gran cabellera recogida en gruesas trenzas formando una copa sobre su cabeza, recogida por un extraño broche que llevaba una rosa incrustada en él.
En las manos llevaba una especie de timón formado con espadas diminutas y una forma de corazón en medio. Lo más estrambótico que he visto nunca, pero tenía estilo, había que reconocerlo.

Deja de mirarme de ese modo. ¿Dónde están tus modales, niña? —dijo la mujer de rojo.

Su voz era imponente. No hablaba, ordenaba. Tono frío y despectivo, me recordó a la señorita Rottenmeier de Heidi. ¿Cómo se suponía que debía mirarle? Aparté mi mirada hacia la derecha, pero no bajé mi mentón. No me iba a agazapar sobre mí misma solo porque vistiese un bonito vestido y porque tuviese cara de arpía. El pelo me ondeó al viento, que se giró repentino sobre donde quiera que estuviésemos. Un bosque, supuse. 

Tienes el pelo demasiado largo. —suspiró cansadamente y prosiguió— Soy Orsolya Nádasdy de Nádasd, hija de...

Erzsébet Báthory de Ecsed de la dinastía de casa Báthory... —la voz me tembló al final de la frase. 

Mis rodillas temblaron y noté la chapa del chasis del coche detrás de mi, fría y dura aprisionandome. Mi respiración era entrecortada y mis ojos buscaron a la mujer que tenía enfrente. Hija de la Condesa Sangrienta. Sabía perfectamente toda su historia. Su linaje. Sus secretos y sus anomalías. Pero no de su hija, si no de Erzsébet. Era la mujer más sanguinaria y despiadada que había conocido, aunque solo fuera por libros, películas y archivos o documentos antiguos. En mi habitación, tenía un cuadro de ella, que la representaba a la perfección.

La vejez la alcanzaba y ella estaba ansiosa y desesperada por conseguir más sangre de jóvenes desde los nueve hasta los veintiséis años de edad. Sobre ella se cernía una maldición de una bruja, que la condenó a envejecer antes de tiempo. Una tarde, en su Čachtice, una sirvienta la estaba peinando y le dio un tirón sin querer que la hizo bramar de dolor. Aquella pobre sirvienta tuvo suerte, ya que lo normal habría sido que la apaleasen cien veces con un bastón. Erzsébet, le reventó la nariz de un bofetón. Cuando la sangre le salpicó en la piel, a ella le pareció que donde habían impactado las gotas, habían desaparecido las arrugas de su vejez y su piel recuperaba la lozanía juvenil. La condesa, fascinada pensó que había encontrado la solución a la vejez, y siempre podría conservarse bella y joven. 

Todas esas leyendas, ahora se me hacían reales y me atemorizaban. Su hija vivía y estaba delante de mí. Su torcida sonrisa me chivó que había cumplido su objetivo. Asustarme.

24 feb 2011

Tres corazones

Mi cuerpo entró en ese coche negro y antiguo que a simple vista parecía una reliquia del pasado, como sacado de esas exposiciones anuales que se hacen en las grandes ciudades y a los que los amantes de los automóviles les sacaban fotografías con sus grandes y caras cámaras reflex. Si era inusual por fuera, por dentro era todo un espectáculo. Tomé asiento en la parte trasera tras cerrar tras de mi la puerta con la mínima fuerza de modo que tuve que volver a dar otro portazo, esta vez un poco más fuerte y el coche se tambaleó, pero la puerta se cerró.
-Lo siento. -me disculpé por el portazo previamente dado. 
Una risa salida de ambos y unas miradas cómplices se dirigieron hacia mí para después volver a la carretera y ponernos en marcha. El techo del coche era algo extraño tenía como trampillas situadas arriba de cada asiento en las que me quedé mirando varios minutos intentando descubrirlas un sentido lógico y práctico sin éxito. Tras un suspiro inconsciente de mi persona giré mi cabeza y me di cuenta de que los cinturones eran dobles. Se cruzaban formando una equis por delante del pecho, como si de un arnés se tratara. A parte de todo eso, en el salpicadero había miles de botones indescriptibles y de todos los colores y tamaños. 
-¿Esto qué es, el coche fantástico?- dije con algo más de confianza. De nuevo unas risas sonaron en el interior pero una más pronunciada que la otra, la de la chica que al parecer se llamaba Alma. 
-Algo parecido, es un coche para fantásticos, que no es lo mismo. -se giró en su asiento y me guiñó un ojo quedando girada para al parecer hablar conmigo. 
¿Para fantásticos? Una pequeña risa se escapó de mi ya que me causaba risa ese mote. En el coche pude adivinar tres ritmos constantes, como el tic tac de un reloj. Eran nuestros corazones pero... Uno latía con menos fuerza considerablemente. Intenté adivinar cuál era pero no lo conseguí. Esto era ridículo, nadie hablaba de lo que éramos y yo no tenía ni idea de lo que eran ellos ni si conocían mi secreto. 

Me incliné hacia delante para hablar con Alma y salir de esta situación incómoda y ridícula. Bajé mi voz, no sé porqué, tal vez tenía una manía demasiado inútil de hablar en un tono demasiado bajo y monótono. 
-Esto... Oye Alma... -pensé como formular la pregunta ya que me costaba socializar y encima en esa situación. ¿Cómo se le pregunta a alguien si sabe que eres una dhampir o qué son ellos? Difícil. Opté por callarme pero de pronto me habló su voz en mi mente. Oh sí, eso era mucho mejor, claro. 
"Pregunta por esta vía si te es más fácil, Judith." me sonrió y se apoyó en el respaldo con sus dos brazos. Yo sonreí de lado y contuve una risa ya que esto parecía una película mala de super héroes. "Vale... Verás tengo la duda de saber qué sois y porqué no os habéis extrañado cuando he dado el portazo. Ayer en clase empecé a sangrar y... él me vio y no se extrañó. ¿Qué pasa aquí?" formulé mentalmente frunciendo mi ceño ya que hablar así era algo extraño. Esperé su reacción y no se inmutó pero después largó un profundo suspiro que contenía medio tristeza y algo de fastidio. Se giró para adelante y yo me sentí idiota por unos segundos. 
-Gunnar es la hora. -dijo Alma como si se hubiese acabado alguna especie de juego. 
¿Gunnar? Reí entre dientes y apoyé mi cabeza en el respaldo, frustrada. ¿Es que nadie tenía nombres normales dentro de este maldito coche? Me parecía una serie cómica.
Gunnar se limitó a asentir con la cabeza y aceleró su coche al máximo así que tuve que abrocharme el cinturón con forma de arnés para no salir disparada hacia delante al frenar. Continuó conduciendo y se pasó el instituto de largo, me estaba asustando y enfadando por partes iguales.
-¡Eh! ¿A dónde me lleváis? ¿Quiénes sois? ¡Dejadme salir de aquí, joder!- sí, cuando me enfadaba decía muchos tacos. Me fui a quitar el arnés pero vi como Gunnar le daba a uno de esos miles botones del salpicadero y bloqueó el arnés así que no me lo pude quitar.
-¿Quieres ser más paciente? Eres una histérica y desconfiada. -me dijo Gunnar que al parecer estaba divertido. A regañadientes crucé mis brazos sobre mí y el odio se respiraba en aquel coche, por mi parte claro. Ahora Alma y Gunnar parecían divertidos. "Malditos psicópatas", pensé.

Al fin el coche paró después de pasar un gran banco de niebla y pude ver dónde estábamos pero no lo conocía en absoluto. ¿Qué era ese lugar?



26 ene 2011

¿Te odio?

Las gotas de agua resbalaban sobre las puntas de mi pelo que resplandecía con pequeños rayos de sol que se filtraban por la ventana que había detrás de la ducha y quedaba a mi izquierda. Levanté mi rostro sobre el lavamanos y me miré durante unos segundos en el espejo. Mi rostro estaba mojado con agua helada y sin querer había mojado también una pequeña parte de mi cabello. Me lo recogí en una cola de caballo pero no me gustaba así que me hice una trenza que dejé caer sobre mi hombro izquierdo. Nunca me maquillaba, no me gustaba y además lo consideraba incómodo para ir a clase. Suspiré y salí al salón para recoger mi mochila y marcharme de nuevo a mi infierno particular. Todavía me escocían las heridas que yo misma me había hecho al mirar a aquel desgraciado a los ojos. Al salir mis colmillos me herí a mi misma, las incisiones que me había hecho en las encías inferiores ya estaban cerradas pero me seguían doliendo.

Me colgué la mochila sobre el hombro derecho y me preparé para ver que pasaba hoy, si ayer fue el primer día no quiero ni pensar que pasará hoy. Caminé a ritmo del grupo musical 'Metric' hacia la parada del autocar y miré al horizonte para ver si asomaba por la curva carretera. No podía parar de pensar porqué odiaba tanto a aquel miserable. En realidad no me hizo nada aparentemente pero yo tenía un sentimiento de odio hacia él. Un coche antiguo, un mustang high, asomó por la carretera desierta. Caray, ese coche era antiguo hacía mucho que no veía uno como ese. Me gustaban los coches en general y me sorprendió ver uno como ese por estos lugares.

Iba demasiado deprisa para ser ese tipo de coche, cosa que me sorprendió de nuevo, ni me dio tiempo a fijarme en el piloto. Se paró delante de mí y reparé en que aunque me hubiese fijado de nada me hubiese servido porque llevaba los cristales tintados. Fruncí el ceño confusa ¿Acaso ahora me iban a raptar? Cualquier cosa me esperaba ya. Aparentemente estaba relajada pero por dentro estaba a la defensiva. Paré mi reproductor de música para poder oír mejor pero todo era puro silencio, para colmo hoy a la gente se le había pegado las sábanas y nadie estaba en la parada. 
Por fin la puerta del copiloto se abrió dejando correr un efluvio que me era muy familiar pero no lograba identificarlo todavía. Era mitad agradable y el otro era odioso, algo dentro de mí me decía que lo odiaba con todas mis fuerzas. 

Una cabellera roja asomó por la puerta con una sonrisa. Oh, era ella. La chica pelirroja con telepatía o lo que fuese me hizo un gesto con la mano para que subiese al coche. Yo no me moví ni un milímetro ni sonreí. No me caía mal la chica pero después de lo de ayer no me fiaba de nadie en absoluto. Su cara cambió y su sonrisa se apagó lentamente. 

-¿Por qué no subes? -preguntó curiosa y desconcertada. 
-Porque no sé quién conduce y porque mis padres dicen que no suba al coche de gente que no conozco. -le dije con toda la tranquilidad del mundo pero algo a la defensiva. El efluvio que emanaba el conductor no me gustaba ni un pelo. 

Ella se limitó a rodar los ojos y escuché una leve risa proveniente de dentro del coche. Era masculina y yo ya me temía quién era el miserable del conductor. La puerta del piloto se abrió y mis pesquisas se confirmaron, era el maldito de ayer, al que odiaba tanto. Aparté la mirada de sus ojos antes de que pudiese mirarme, no quería volver a echar mi propia sangre de nuevo, me mancharía la camisa y hoy era blanca. 

-Hoy puedes mirarme si quieres. -dijo con tono chulesco mientras se dirigía al asiento del copiloto.- Alma, cámbiame el sitio anda, así sabrá quién conduce. -dijo con la voz lo suficientemente alta para que pudiese escucharlo. 
Dirigí mi mirada hacia él y estaba resplandeciente. Tan bello como un propio demonio y con esa sonrisita de medio lado que odiaba o eso creía. Ahora sus ojos eran de un color verde claro y no negros. 

-¿Vas a subir o no? Llegaremos tarde a clase. -me volvió a decir mientras se ponía unas gafas de sol. 
Me levanté del asiento con ímpetu y abrí la puerta a regañadientes. En realidad no quería subir pero otra parte me decía y me imploraba que subiese  a aquel maldito coche. 

18 ene 2011

Sé lo que eres.

Toda la clase transcurrió larga y aplastantemente aburrida. Me limité a copiar ejercicios, más de los obligatorios en mi libreta mientras repasaba mentalmente unas canciones de Muse. En cuanto llegase a casa cogería mi guitarra eléctrica y no la soltaría hasta el día siguiente, era mi vía de escape personal. ¿Por qué esa chica de ahí tiene telepatía conmigo? ¿Estará leyendo mis pensamientos ahora mismo? Tenía miles de preguntas y esperaba con una ligera esperanza que me las contestase aunque fuera mentalmente. Por sorpresa, por si la cosa no era lo suficientemente desconcertante, en ese momento supe quién faltaba a mi lado.

La puerta de la clase se abrió de par en par y nadie levantó la mirada hacia ella. Un chico que apenas pasaba por la puerta de lo grande que era estaba allí parado con cara de pocos amigos. Lo recorrí de abajo a arriba con la vista disimuladamente y no creía que pudiese ir a mi clase, a lo mejor era el profesor de gimnasia... Sus piernas eran fuertes y tensas, sus brazos fuertes y fornidos... Vestía unos vaqueros medio rotos y una camisa extra fina y algo abierta a la altura del pecho, demasiado fresco para andar en invierno, pensé. Su postura era inmutable, implacable y algo desafiante. Cuando decidí descubrir su rostro otra vez tuve telepatía por arte de magia.
'No le mires a los ojos.' me dijo la chica del pelo rojizo. '¿Por qué?' le dije mientras bajaba la mirada a mi cuaderno. No obtuve respuesta por su parte así que le miré a los ojos. Su rostro era duro pero con las facciones más bellas que un hombre pueda poseer. En ese momento dudé de su edad ya que su expresión era digna de un niño. Sus cabellos eran de un color castaño oscuro con algunos reflejos dorados, rebelde que se revolvía en rizos por encima de sus arqueadas cejas que le daba un aspecto maligno. Su piel era marmórea, sus labios finos y bien dibujados y su nariz algo ancha pero perfecta. Entonces escudriñé su mirada y ojalá no lo hubiese hecho.

Una oleada de imágenes sangrientas y violentas me golpeó fuertemente dentro de mi mente, eran desgarradoras. No podía con tal situación y una serie de cosas que ignoraba hicieron que mi rabia se despertase y quería matar a todos los que ocupaban esa sala ahora mismo. Noté como me ardían las entrañas de la pura rabia y sentía mi lucha interior. No podía despegar la mirada de la suya, no por falta de ganas si no por una extraña fuerza superior a la mía. Noté como mis colmillos crecían bajo mis labios y se clavaban en mis encías inferiores con violencia pero si abría la boca muchas cosas malas ocurrirían. La sangre comenzaba a chorrear por las comisuras de mis labios y pude oír algunos gritos de fondo así que ganando por fin a mi lucha interior me levanté y fui corriendo al baño. Cuando pasé por al lado de aquel extraño hombre que odiaba ahora con todas mis fuerzas pude adivinar una sonrisa torcida en su rostro.

11 ene 2011

Judith, por favor.

Mi sitio en aquella clase de mala muerte era justo en el medio. Genial así todos podrían verme mejor, como el lobo a caperucita roja. Suspiré algo contrariada y entré esquivando a los demás que ni siquiera se apartaban. Llegué a mi mesa y colgué mi chaqueta en el respaldo de la silla y después dejé mi mochila al lado de la mesa en el suelo. Tomé asiento y fingí estar sola mientras disimulaba sacando algunos bolígrafos y unas hojas extremadamente de forma lenta para darle tiempo a que llegase el profesor y tener alguna excusa para no hablar con los demás. 


El aula se componía de cinco filas de cinco mesas cada una. Las mesas eran individuales pero se podía apreciar que unas estaban más cerca que otras, por afinidad, por desorden o a saber por qué. Automáticamente mi fila, la tercera se estrechó más hacia el medio, es decir hacia mí. Rodé los ojos y volví a suspirar. Una de las cosas humanas que odiaba era la curiosidad mal disimulada. La fila de delante estaba compuesta por cinco chicas y era bastante estrecha, probablemente serían amigas y querían estar más juntas. Todas me miraban con miradas de reojo y de odio. Sorprendentemente todas estaban teñidas de rubias y casi que llevaban la misma ropa excepto una, que estaba apartada y era pelirroja. Al parecer le gustaba tanto como  a mi estas chicas clones. 


Comencé a captar gente que podría ser afín a mi y que no me daría la vara o me haría preguntas estúpidas. Una de esas personas podría ser la chica pelirroja. Al parecer era la única que no se había girado a curiosear.   Parecía que una de las chicas clones me iba a hablar pero entonces se escuchó un portazo. Oh, el profesor acababa de llegar aleluya. 
Era un hombre canoso con grandes cejas pobladas, canosas también. Bajo esas cejas arqueadas escondía una mirada hosca. Su nariz angulada y debajo estaban sus labios, finos, rectos y serios. Llevaba un jersey verde caqui y unos pantalones negros, portaba unos libros bajo su brazo que dejó pesadamente sobre la mesa. Todos enmudecieron. Este será el profesor malote... Me percaté en una de mis veces que levanté la mirada de que a mi derecha faltaba alguien, pues el sitio estaba vacío. 
-Buenos días. -dijo con voz alta y clara el profesor, a lo que los alumnos contestaron al unísono, yo incluida.- Parece que tenemos nueva compañía.
Una leve sonrisa se manifestó en su rostro y el rumor de el roce de las telas de los pantalones rozando con las sillas me aplastó en mi interior. Todos se giraron para verme y entonces me fijé en los ojos de la pelirroja. Eran negros como dos pozos. Apartó la mirada antes que nadie y rogué porque los demás hiciesen lo mismo. 


Al poco tiempo quedé libre de sus miradas curiosas. Una de las chicas clones se quedó hasta último minuto clavándome su indignante mirada pero estoy segura de que no pudo con la mía. 
-Achlys Judith Phoe... -no pudo acabar la frase porque le interrumpí, si es de mala educación pero dije bien claro que me llamaba Judith y punto. 
-Judith, por favor.  -parece ser que mi voz causó un revuelo algo exagerado. Era tiempo de usar los sentidos chica. 


"¿Por qué tiene esa voz? ¿Es cantante?", dijo una de las chicas clones a lo que la que parecía ser la jefa respondió "Ni lo sé ni me importa pero aquí las jefas somos nosotras". Risas. 
El tachón del bolígrafo contra el papel del profesor, probablemente borrando mis otros dos nombres se oía. "Parece que Kimberly tiene una nueva competidora..." dijo uno de los chicos. Risas. 
"No les hagas caso, son idiotas." Un momento. ¿Eso iba por mí? Levanté la mirada y descubrí a la chica pelirroja mirándome. Asintió con la cabeza. 
"¿Estás hablando conmigo?" pregunté mentalmente aunque me sentía idiota por ello, "Sí, pero en otra frecuencia" Una sonrisa fugaz pasó por su rostro. "¿Desde cuando tengo telepatía?" pregunté contrariada. ¿Qué demonios era esto? Probablemente un sueño... "Tienes telepatía desde que me has visto. Yo elijo quién la tiene y quién no, es una larga historia." 
La chica se volvió a su pupitre y yo me quedé con cara de póker como se dice.



3 ene 2011

"La nueva es una rarita"

Hoy era el primer día de colegio para Judith. No le agradaba demasiado establecer contacto con personas que fuesen de fuera de su familia pero creía conveniente no llamar la atención sin ir al colegio, ya se sabe en los pueblos pequeños todo se sabe... Su padre le dijo que sería una completa tontería cuando ella misma podía darles lecciones a los profesores y su madre decía que confiaba en ella y que no debía hacerlo pero si quería, adelante. En resumen, que decidió ir al instituto. Por desgracia su horario no era el mismo que el de su hermano, ella entraba una hora antes así que debería ir en el autobús sola. 


El sol asomaba lentamente por el horizonte mientras Judith cargaba su mochila al hombro y caminaba decididamente hasta la parada del autocar escolar. Los rayos ultravioletas rebotaban en las ondulaciones de su pelo castaño claro y sobre su clara piel pero ella ni brillaba, ni se quemaba y tampoco tenía un anillo especial para salir a la calle, simplemente no pasaba nada para su suerte. Lo que sí destacaba era su belleza inusual y algo mística que no pasaba por desapercibida ni mucho menos. Sus ojos grises en todo momento se dirigían hacia el frente hasta que llegó a la parada del autocar, que habían unos cuantos 'estudiantes' esperando para ir al instituto, entonces se apoyó en la pared y dirigió su mirada al suelo. 


Eso de socializar no era lo suyo, se sentía mejor en soledad, mil veces mejor. No es que fuese tímida, no es que fuese solitaria, ella tenía el síndrome de Asperger. Sin embargo, no era tan acentuado, era en una menor cantidad pero estaba presente y no le ayudaba demasiado a hacer amistades, pero a ella no le importaba, estaba bien así. Encendió su ipod y sonó 'Silversun Pickups' The Royal We. Instantes después llegó el autocar por fin y se quedó la última para subir expresamente. Se sentó tres asientos atrás del conductor, al lado de la ventana. Si hubiese podido ocultarse con una capa invisible lo hubiese hecho desde luego. Cada vez que paraban para recoger a más gente notaba las miradas encima de ella y alguna que otra risa o comentario ofensivo. Una de las desventajas de ser una dhampyr era que el oído era más agudo de lo normal y a pesar de llevar el ipod, podía escuchar comentarios ajenos a ella. 
-¿Puedo sentarme aquí? -una chica de baja estatura, pelo enmarañado y ojos saltones la sorprendió preguntándole si podía tomar asiento a su lado. 
-Emm... Claro. -apartó su mochila del asiento y la puso a sus pies. En realidad le iba a decir que no pero a última hora algo cambió en su mente y le dijo que la dejase sentarse. 


La chica llevaba dos coletas, una más alta que la otra con cantosas cintas alrededor de estas. Su pelo era castaño oscuro y corto pero aún así Judith no se explicaba como podía estar tan enmarañado. Sus ojos eran negros y saltones y su nariz era prominente. Era de notable baja estatura  y su mochila amenazaba con ser una carga demasiado grande para ella. Un abrigo de color mostaza la cubría casi sin dejarla moverse pero a pesar de todo, ella sonreía y esa sonrisa era para Judith. 


Judith era lo contrario a ella. Su estatura era más bien alta y su pelo era de un castaño claro con reflejos cobrizos, con algunas ondas suaves y perfectamente peinado. Su mirada era astuta y sus ojos débilmente rasgados eran como dos pequeñas lunas pálidas y grises. Su rostro era un perfecto cuadro y su vestuario era casual pero elegante. Una cazadora de color negro, a juego con sus pantalones tejanos negros. Sus botas eran blancas y su camiseta también. Sonrió débilmente a la chica que se había sentado a su lado y giró la vista para mirar de nuevo por la ventana. Estaba incómoda, no quería que nadie le preguntase las típicas cosas que se dicen cuando eres nueva en un lugar.